Por Carlos Javier Galán, abogado
Publicado en su blog personal La nota discordante, 30.05.2014
Hace algunas semanas me llamó una persona al despacho. Había visto un programa de Equipo de Investigación de La Sexta y, por su contenido, inmediatamente sospechó que su suegro podría haber sido víctima de una estafa en un préstamo hipotecario.
El prestatario estaba convencido de haber suscrito una determinada operación, con unas condiciones convenidas verbalmente, pero, cuando conseguimos tener en nuestras manos la documentación, le expliqué al yerno lo que realmente había firmado y cuál era su situación real. "Creo que decidiremos denunciar -me dijo-. Lo más duro será explicárselo ahora a él. Decirle que le han estafado y que, si no actuamos, va a perder su propia casa".
Unos días después volvieron a llamar. Se lo habían dicho a su suegro, Joaquín, que empezó a estar cada día más abatido. El día 19 de mayo se arrojó desde un tercer piso. Sobrevivió, pero a fecha de hoy está en la UCI, intubado, muy grave.
Es el segundo intento de suicidio de afectados por presuntas estafas del mismo prestamista en pocos meses. La otra víctima está por fortuna recuperada.
Pero antes, en octubre del año pasado, otra persona, Javier, sí lo consiguió. No pudo aguantar la presión, el drama personal y familiar que estaba viviendo, y se quitó la vida. Quedó su viuda, enfrentándose a esta situación, y un hijo pequeño que crecerá sin padre.
Poco después, recibí en mi despacho una demanda de conciliación. El demandante me exigía, bajo apercibimiento de presentar una querella criminal contra mí, que no cuente estas cosas. Que retire el artículo que, bajo el título El prestamista ya tiene un muerto, escribí y publiqué cuando Javier decidió acabar con todo. Y que le pida públicas disculpas por el daño supuestamente causado a su imagen, su honor y su buena fama.
El pasado 27 de mayo tuvimos el acto de conciliación en el Juzgado de Primera Instancia nº 97 de Madrid. La compañera que acudió como procuradora del demandante quería que sólo se reflejara si había avenencia o no entre las partes, pero que no se recogieran mis manifestaciones. Por supuesto, sí se reflejaron en acta. Reconocí ser el titular de este blog y el autor del artículo. Pero me negué a retirarlo y, por descontado, a pedir excusas públicas. Defendí mi libertad de expresión personal y el ejercicio profesional del derecho de defensa (en este caso acusación). Y recordé que en dicho artículo realizaba una serie de consideraciones tanto jurídicas como éticas sobre una causa, pero que en ningún momento revelaba al lector la identidad de las partes, por mucho que el demandante se hubiera dado significativamente por aludido.
Esta misma acción judicial la ha presentado contra los representantes de dos asociaciones de afectados, para que dejen de publicar información o de opinar. Fíjense que no se atreve a interponer sus querellas contra La Sexta, Antena 3, Telemadrid, El País o Interviú, que han emitido o publicado amplios reportajes sobre esta trama, citándole a él con nombre y apellidos. Lo que intenta es meter miedo a sus víctimas, pedir indemnizaciones que les atemoricen. Que el mero hecho de tener que defenderse jurídicamente les suponga un gravamen que les obligue a guardar silencio.
No sé si presentará la querella o no contra mí. Ni me preocupa, la verdad. Pero sí tengo claro que no conseguirá silenciar ni frenar a los centenares de familias afectadas. Mi voz les representa a ellos, pero no es la única voz dispuesta a la denuncia.
Supongo que este prestamista, imputado por estafa en decenas de juzgados, no conocerá a Quevedo, porque no aparece en ningún billete. Pero fue él quien escribió aquellos versos que hago míos:
No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
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